¿Cuál es la mejor manera de celebrar un cumpleaños? La respuesta a esta pregunta de primero de primaria es tan sencilla como difícil de llevar a cabo: al gusto del “cumpleañero”… ¿o no? Pues va a ser que no, ya que la realidad se impone a cualquier deseo y tienen más peso la costumbre y la tradición. Repasemos el tema.
Recuerdo en mi infancia la poca ilusión que me hacían las “fiestas” que organizaba mi madre en casa por mi cumple invitando a las amiguitas del cole –incluso a las que me caían fatal porque no paraban de burlarse de mí- pero sobre todo a las hijas de sus amigas para quedar bien ella a costa de mi día especial. Recuerdo el rollo de merendar sentadas a la mesa medias lunas con jamón de york y chorizo untado con mantequilla y beber fantanaranja o limón como si fuera “donperiñón” (la bebida de cola siempre estuvo proscrita en mi casa por no sé qué fobias de mis padres). Tampoco había tarta con velas, pero mi padre nos proyectaba peliculitas de Charlot y el Gordo y el Flaco en su flamante proyector para antiguas películas de 8mm. Algo es algo.
Pero yo me fijaba en las películas americanas donde se veía al protagonista (siempre era un hombre) que entraba en casa y al encender las luces… ¡¡¡SORPRESA!!!! Allí estaba toda la family o todos los amigos con sombreritos de papel y matasuegras y muchos regalos y cosas ricas para comer y beber. Y el tipo rebosando felicidad. Entonces yo me preguntaba: “¿Por qué no me ha tocado a mí una familia así?”
Aquí, en mi país, la costumbre es paradójicamente contradictoria con la intención de homenajear al que cumple años porque nos hemos hecho mayores diciendo aménjesús a tradiciones rancias a más no poder. ¿Dónde se ha visto, DÓNDE, que llegue el cumpleaños y tenga que ser yo, tú, él o ella quien se gaste lo que no está escrito en invitar a los demás, en auto-homenajearte con poquísima vergüenza, en agasajar TÚ a quienes se avienen a compartir contigo esa fecha? Qué frustrante.
Pero parece que no hay manera de darle la vuelta al calcetín; mis amigos, por más que les digo e insisto, siguen la tradición y morirán acatándola. A mis hijas les he enseñado todo lo contrario: cuando era su cumpleaños era YO la que les montaba la fiesta, regalos incluidos, todo gratis según el cupo de generosidad del momento y el poderío de la cuenta corriente. Y a mis parejas, que no podrán quejarse de las celebraciones que me inventaba para hacerles felices. Y a no pocas amigas…si se dejaban, que ese es otro cantar con el dichoso: “no, no, que es mi cumple y pago yo”. En fin.
La mejor fiesta –fiestorro- de cumpleaños que he tenido en la vida me la organicé yo misma (para variar). Invité a casa a mucha gente (toda la que cabía) e hice una fiesta “de traje”. (“Yo traje jamón, el otro trajo tortilla, y etc.”). Comimos, bebimos, bailamos y cantamos hasta la hora en la que los vecinos ya empiezan a mosquearse. No la olvidaré jamás… ¡fue fantástica! ¡Hasta me ofrecieron un montón de regalos!
Han caído algunos cumpleaños más y todos han transcurrido siguiendo los clásicos cánones de: “yo te invito a comer, que hay que celebrarlo”. Pues, sinceramente, ya me he cansado de hacer algunas cosas en contra de mis deseos más íntimos. Tarde y mal voy si pretendo a estas alturas de la película que mi familia (lejanísima), mis amigos (con sus cosas) y mi pareja (que no tengo) me organicen una “fiesta sorpresa” (o anunciada, que me da lo mismo) para que el día de mi cumpleaños me sienta feliz como una lombriz. La perspectiva se ve de color gris rata tirando a negro carbón.
Pero como ya voy apañándomelas en el día a día con eso de la “felicidad”, casi seguro que este año lo dejo correr, -no vaya a ser que haya quien venga conmigo “únicamente” porque yo invito o por compromiso-. Y me conformo con las felicitaciones por whatsapp o Facebook. Que también cuentan ¿no? Pues eso. Que haré como la zorra hizo con las uvas y que bastante regalo es estar viva y sin perro que me ladre.
Felices los felices y los que cumplen años.
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Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.