Quién ha leído Canción de hielo y fuego se da cuenta de cómo en ocasiones señaladas George R.R. Martin emplea expresiones o palabras completamente EN MAYÚSCULAS para darles un enorme énfasis en un texto. Gracias a nuestro amigo Zionius en Reddit las repasamos. Y tras comenzar con Juego de Tronos, y Choque de Reyes, nos toca Tormenta de Espadas.
En Tormenta de Espadas tenemos el triple de expresiones en mayúscula que las que encontramos sumando Juego de Tronos y Choque de Reyes.
«Ahora, no. ¡Malditos sean los dioses, AHORA NO! —El Viejo Oso había apostado observadores a cierta distancia, en un anillo de árboles en torno al Puño, para que dieran la alarma si se acercaba el enemigo—. Jarman Buckwell ya ha vuelto de la Escalera del Gigante —supuso Chett—, o será Qhorin Mediamano, que regresa del Paso Aullante.»
—¡Ah del barco! —gritó al viento—. ¡Ah del barco, aquí! ¡Aquí! —Desde allí arriba podía verlo con más claridad; el casco esbelto a franjas, el mascarón de bronce y la vela hinchada. Había un nombre pintado en el casco, pero Davos no sabía leer—. ¡Ah del barco! —Volvió a gritar—. ¡Auxilio, AUXILIO!
—¡Canta más alto! —le gritó la Reina de las Espinas a Mantecas—. Estos viejos oídos están casi sordos, ¿sabes? ¿Me estás susurrando, payaso panzón? No te pago para que susurres. ¡Canta! —«¡VEN!, PEDÍAN LAS MOZAS. ¡VEN A LA FERIA, OSO!» —Seguía Mantecas, con una tremenda voz de bajo que retumbaba en las vigas—.«¿A LA FERIA?, DIJO ÉL. PERO SI SOLO SOY UN OSO. NEGRO, ENORME, CUBIERTO DE PELO HORROROSO.» —En Altojardín tenemos muchas arañas entre las flores —dijo la arrugada anciana con una sonrisa—. Mientras se ocupan de sus asuntos, las dejamos tejer sus telas, pero si se meten bajo nuestro pie, las pisamos. —Dio unas palmaditas en la mano de Sansa—. Ahora, niña, la verdad. ¿Qué clase de hombre es ese Joffrey, que se hace llamar Baratheon, pero tiene un aspecto tan de Lannister? —«POR EL CAMINO ANDABAN, SIEMPRE DE AQUÍ PARA ALLÍ, TRES NIÑOS, UNA CABRA Y UN OSO QUE BAILABA…» Sansa sentía como si tuviera el corazón en la garganta. La Reina de las Espinas estaba tan pegada a ella que le llegaba el aliento agrio de la mujer. Sus dedos, largos y finos, le pellizcaban la muñeca. Al otro lado, Margaery también escuchaba. La sacudió un escalofrío. —Un monstruo —susurró, tan quedamente que apenas pudo oír su propia voz—. Joffrey es un monstruo. Mintió sobre el chico del carnicero e hizo que mi padre matara a mi lobo. Cuando incurro en su desagrado, hace que la Guardia Real me azote. Es malvado y cruel, mi señora. Y la reina es idéntica.
—«BAILABA DANDO VUELTAS, TODO EL CAMINO A LA FERIA. ¡LA FERIA, LA FERIA QUE YA ESTÁ AQUÍ!» —Mantecas saltaba, rugía y daba pisotones tremendos. —Sansa, ¿os gustaría visitar Altojardín? —Cuando Margaery Tyrell sonreía, se parecía mucho a su hermano Loras—. Ahora está cubierto por las flores de otoño, y hay manantiales, fuentes, patios umbríos, columnatas de mármol… Mi señor padre siempre mantiene en la corte a bardos mucho mejores que este Mantecas, y hay flautistas, violinistas y también arpistas. Tenemos los mejores caballos y botes de paseo para navegar por el Mander. ¿Os gusta la cetrería, Sansa? —Un poco —admitió. —«QUÉ DULCE QUE ERA ELLA, TAN PURA Y TAN BELLA...» —Os encantará Altojardín tanto como a mí, lo sé. —Margaery colocó en su sitio un mechón suelto del cabello de Sansa—. Cuando lo hayáis visto, no querréis marcharos nunca. Y quizá no tengáis que hacerlo. —«LA DE MIEL EN EL CABELLO, LA DONCELLA, LA DONCELLA.» —Silencio, niña —dijo con brusquedad la Reina de las Espinas—. Sansa ni siquiera nos ha dicho si querría visitarnos. … —«OLIÓ SU AROMA En EL AIRE. ¡ERA EL OSO! ¡ERA EL OSO! NEGRO, ENORME, CUBIERTO DE PELO HORROROSO» —Pero la reina… —prosiguió Sansa—. No me dejará partir… —Claro que sí. Sin Altojardín, los Lannister no tienen la menor esperanza de mantener a Joffrey en el trono. Si se lo pide mi hijo, el señor Cretino, no tendrá otra opción que complacerlo. … —«OLIÓ SU AROMA EN EL AIRE, PARECIDO A LA MIEL...» —¿Nuestros verdaderos propósitos, mi señora? —Preguntó Sansa levantando una ceja. —«Y SOLTÓ UN RUGIDO FEROZ, AMARGO COMO LA HIEL.» —Verte a salvo y casada, niña —dijo la anciana, mientras Mantecas continuaba bramando la antigua, antiquísima canción—, con mi nieto.
Continúa hasta cerrar el capítulo:
—«LA DONCELLA, LA DONCELLA NO QUISO BAILAR CON EL OSO:¡NO BAILARÉ NUNCA CON UN OSO TAN ESPANTOSO!» —¿Os gustaría, Sansa? —preguntó Margaery—. No he tenido ninguna hermana, solo hermanos. Oh, por favor, decid que sí, decid que consentiríais en casaros con mi hermano. —Sí, me gustaría. —Las palabras le salían de la boca atropellándose—.Me gustaría más que nada en el mundo. Casarme con ser Loras, amarlo… —¿Loras? —Lady Olenna parecía molesta—. No seas tonta, niña. Los miembros de la Guardia Real no se casan. ¿No te enseñaron eso en Invernalia? … —«LA LEVANTÓ POR LOS AIRES. ¡ALTO Y NEGRO ERA EL OSO!» —No —respondió Margaery—. No ha hecho el juramento. —Dile la verdad a la niña. —La anciana frunció el ceño—. El pobrecillo es tullido; esa es la verdad. … —«YO QUERÍA UN CABALLERO, PERO TÚ SOLO ERES UN OSO. NEGRO, ENORME, CUBIERTO DE PELO HORROROSO.» —Willas tiene una pierna mala, pero buen corazón —dijo Margaery—. Solía leerme cuentos cuando era pequeña, y me dibujaba las estrellas. Lo amaréis tanto como nosotras, Sansa. —«ELLA LLORABA Y GRITABA, HASTA PERDER EL RESUELLO, PERO ÉL BUSCÓ SU CABELLO. ¡SU CABELLO! ¡SU CABELLO! TODA LA MIEL TAN CONTENTO SE PUSO A LAMER DE SU PELO.»
—¿Cuándo podré conocerlo? —preguntó Sansa, dubitativa. —Pronto —prometió Margaery—. Cuando vayas a Altojardín, después de que Joffrey y yo nos casemos. Mi abuela os llevará. —Exacto —dijo la anciana, dando palmaditas sobre la mano de Sansa y sonriendo con una boca blanda y llena de arrugas—. No te quepa duda.— «TANTO LLANTO Y TANTO GRITO ABANDONÓ TAN FELIZ. ¡MI OSO!, CANTÓ ELLA. ¡VEN AQUÍ, OSO PRECIOSO! Y ASÍ SE MARCHARON JUNTOS, LA DAMISELA Y EL OSO. POR EL CAMINO ANDABAN, SIEMPRE DE AQUÍ PARA ALLÍ.»
—¡HODOR! —gritó, mientras corría hacia la puerta. Meera la abrió de un empujón antes de que él llegara y entró en el refugio. —Hodor, Hodor —dijo el enorme mozo de cuadra, haciendo una mueca.
—Hooodor —dijo Hodor, balanceándose—. Hooooooooodor, Hoooooodor, HoDOR HoDOR, HoDOR. —A veces le gustaba hacer aquello, repetir su nombre de diferentes maneras, una y otra vez. En otras ocasiones se quedaba tan callado que uno olvidaba su presencia. Con él no había manera de saber nada por anticipado—. ¡HODOR, HODOR, HODOR! —gritó.
—¡HODOR! —gritaba mientras le daba espadazos al árbol. Por suerte, el bosque de los Lobos era enorme y, probablemente, no habría cerca nadie que pudiera oírlo.
De la montaña, EL ÚLTIMO GIGANTE. Atiende mi lamento y escucha la canción: …
—Bah, cientos —replicó ella, furiosa—. no sabes nada, Jon Nieve. no… ¡JON!
—¡A LOS CABALLOS! —gritó el lord comandante al tiempo que se volvía.
Jaime notó bajo el pie una piedra resbaladiza. Cuando se sintió caer, convirtió el accidente en una estocada baja. La punta de la espada salvó la guardia de la moza y la hirió en la parte superior del muslo. Apareció una flor roja, y Jaime tuvo un instante para saborear la visión de la sangre antes de que la rodilla se le estampara contra una roca. El dolor fue atroz. Brienne chapoteó hacia él y alejó su espada de un puntapié. —¡RENDÍOS!
Adoro tus piernas delgadas y lo que hay entre ellas. —Se arrodilló para besarla también allí, primero con suavidad en el pubis, pero Ygritte separó las piernas y vio el interior rosado, y también la besó allí, y la saboreó. Ella dejó escapar un gemido.—Si tanto me adoras, ¿Qué haces todavía vestido? —jadeó—. No sabes nada, Jon Nieve. Na… ah… AHH.
Se puso de pie en los estribos y alzó los dedos de la arpía por encima de la cabeza, para que todos los Inmaculados los vieran. —¡ESTÁ HECHO! —gritó a pleno pulmón—. ¡SOIS MÍOS! —Espoleó a la plata con los talones y galopó a lo largo de la primera hilera, siempre con los dedos en alto—. ¡AHORA PERTENECÉIS A LA ESTIRPE DEL DRAGÓN! ¡OS HE COMPRADO Y OS HE PAGADO! ¡ESTÁ HECHO! ¡ESTÁ HECHO!
—Qué bufón tan gracioso. —Jaime soltó una risita—. Me sé un acertijo, Shagwell. ¿Qué tienen las viejas de Tarth en vez de dientes? Espera, te lo digo yo… ¡ZAFIROS! —Gritó tan alto como pudo.
Las piedras escondidas, además, eran resbaladizas y estaban cubiertas de lodo; Hodor casi perdió pie en dos ocasiones. —¡HODOR! —Gritó alarmado antes de recuperar el equilibrio.
Bran, sentado en su cesta, a la espalda de Hodor, tenía el matacán justo encima de la cabeza. Alzó los brazos y agarró los barrotes para darles un tirón. La reja se desmoronó en medio de una cascada de óxido y piedra desmenuzada.—¡HODOR! —Gritó Hodor.
El relámpago rasgó el cielo de nuevo y, en aquella ocasión, el trueno sonó antes de que contara hasta seis. —¡Hodor! —Chilló Hodor de nuevo—. ¡HODOR! ¡HODOR! —Desenvainó la espada como si quisiera luchar contra la tormenta.
Otro relámpago hendió el cielo, y Hodor empezó a gimotear. Enseguida, el trueno retumbó sobre el lago. —¡HODOR! —Rugió con las manos en las orejas mientras corría en círculos en medio de la oscuridad—. ¡HODOR! ¡HODOR! ¡HODOR! —¡No! —Le gritó Bran—. ¡YA VALE DE HODOR! No sirvió de nada. —¡HOOODOR! —Gimió Hodor. Meera trató de sujetarlo para tranquilizarlo, pero era demasiado fuerte, y la tiró a un lado con un simple empujón. —¡HOOOOODOOOR! —Aulló el mozo de cuadras cuando el relámpago volvió a rasgar el cielo, y hasta Jojen gritaba ya; gritaba a Bran y Meera que lo hicieran callar.
—¡JON NIEVE! —Uno de los thenitas se alzaba a su lado con el ceño fruncido—Magnar llamar. Jon pensó que tal vez se tratara del mismo hombre que había ido a buscarlo fuera de la cueva la noche anterior a la escalada del Muro, pero no estaba seguro.
Dany sintió que se le encogía el pecho. «Jamás daré a luz un hijo vivo», recordó. Le temblaba la mano cuando la alzó. Puede que sonriera. Debió de sonreír, porque el hombre sonrió a su vez. —¡Mhysa! —Volvió a gritar. —¡Mhysa! —Exclamaban otros, uniéndose al grito—. ¡MHYSA! Todos sonreían, estiraban los brazos para tocarla, se arrodillaban ante ella. «Maela» la llamaban algunos, y otros gritaban «Aelalla», «Qathei» o «Tato», pero en todos los idiomas significaba lo mismo. «Madre. Me están llamando Madre.»
El Gran Jon había derrotado en la competición de bebida a otro de los Frey; en aquella ocasión era Petyr Espinilla el que yacía ebrio bajo la mesa. «¿Y qué esperaba? Ese muchacho abulta la tercera parte que él.» Lord Umber se secó la boca con el dorso de la mano, se puso en pie y empezó a cantar. —«Había un oso, un oso, ¡UN OSO! Era negro, era enorme, ¡cubierto de pelo horroroso!
Catelyn agarró un mechón de la larga cabellera canosa de Cascabel y lo sacó de su escondrijo a rastras. —¡Lord Walder! —Gritó—. ¡LORD WALDER! —El sonido del tambor retumbaba, lento y sonoro—. Basta —dijo Catelyn—. ¡Basta, os digo! Habéis pagado la traición con traición; pongamos fin a esto.
—¡No! —Rugió Donal Noye a tres hombres de Villa Topo, que estaban mucho más abajo—. La brea va al elevador; el aceite, por las escaleras; las saetas para las ballestas, a los rellanos cuarto, quinto y sexto, y las lanzas, al primero y al segundo. El sebo dejadlo bajo la escalera, sí, ahí, detrás de los peldaños. Los toneles de carne son para la barricada. ¡Venga! ¿Es que solo sabéis tirar de un arado? ¡VENGA! …
Sabía que Hobb Tresdedos y sus ayudantes de Villa Topo estaban a salvo en la cima del Muro, pero aun así, fue como si le dieran un puñetazo en el estómago. —¡JON! —Gritó Dick el Sordo con su voz peculiar—. ¡La armería!
—¡HODOR! —gritó Hodor, inclinándose por encima del brocal, que le llegaba a la rodilla. —Hodorhodorhodorhodorhodor —Retumbó la palabra pozo abajo, cada vez más distante—. Hodorhodorhodorhodorhodor. —Hasta que apenas fue un susurro. Hodor pareció sobresaltado. Luego se echó a reír y se agachó para coger un trozo de baldosa rota del suelo. …
—¡Hodor, Hodor, HODOR! —Rugía Hodor, como en el lago cada vez que brillaba un relámpago. Pero la criatura que había salido a la noche también gritaba y se debatía como loca entre los pliegues de la red de Meera. Bran vio la lanza relampaguear en la oscuridad, y la criatura se tambaleó y cayó sin dejar de forcejear con la red. El aullido del pozo seguía resonando cada vez con más fuerza. La criatura negra del suelo se debatía y se agitaba. —¡No, no, por favor, NO! —Chillaba. …”
—¿Quién eres? —Preguntó, imperiosa. —Soy SAM —Sollozó la criatura negra—. Sam, Sam, soy Sam, déjame, ¡me has pinchado!”
A toda prisa cargaron barriles de brea en las palas y les prendieron fuego con una antorcha. El viento avivó las llamas, que pronto crepitaron vigorosas con furia roja. —¡YA! —Rugió Noye. …
¿Eran veinte o veinte mil? No había manera de saberlo en la oscuridad. «Esto es una batalla entre ciegos, pero Mance tiene unos cuantos millares más que nosotros.» —¡La puerta! —Gritó Pyp—. ¡Están en la PUERTA! …
—Arqueros —ordenó Jon cuando los cuernos callaron—, apuntad a los gigantes que llevan el ariete, todos, ¡hasta el último! Disparad cuando lo ordene, no antes. ¡LOS GIGANTES Y EL ARIETE! Quiero que les lluevan flechas a cada paso que den, pero esperaremos hasta que estén a nuestro alcance” …
«Más cerca, más cerca.» Las gaitas aullaban, los tambores retumbaban; las flechas de los salvajes volaban y caían al suelo. —¡TENSAD! Jon alzó el arco y se llevó la flecha hasta la oreja. Seda hizo lo mismo, así como Grenn, Owen el Bestia, Bota de Sobra, Jack Bulwer el negro, Arron y Emrick…
Más cerca, cada vez más cerca, hasta que… —¡DISPARAD! Las flechas negras silbaron mientras descendían como serpientes con alas emplumadas. Jon no aguardó a ver dónde se clavaban. Tan pronto como hubo soltado la primera flecha puso la segunda en el arco. —CARGAD. TENSAD. DISPARAD. —En cuanto la flecha voló, buscó la siguiente—. CARGAD. TENSAD. DISPARAD. —Una vez, y otra, y otra. Jon ordenó a gritos que entrara en acción el trabuquete, y oyó el crujido y el golpe contra el travesaño acolchado cuando un centenar de abrojos con púas de acero salieron volando por el aire— …
Para entonces, Grenn ya estaba empujando hacia el borde un segundo barril, igual que Tonelete. Pyp encendió los dos. —¡Le ha dado! —gritó Seda; estaba tan asomado por el borde que, durante un momento, Jon dio por seguro que se iba a caer—. ¡Le ha dado, le ha dado, le ha DADO! Le llegó el rugido del fuego y vio a un gigante envuelto en llamas, que se tambaleaba y rodaba por el suelo.
Había empezado a llover, de manera que los invitados del banquete tuvieron que trasladarse al salón del piso de abajo y oyeron casi todo lo que decía.—Petyr —Gemía lady Lysa—. Oh, Petyr, Petyr, mi amado Petyr, ah, ah, ¡ah! Ahí, Petyr, ahí. Ahí es donde tienes que estar. —El bardo de lady Lysa se lanzó a cantar una versión soez de «La cena de mi señora», pero ni siquiera su voz y su instrumento conseguían imponerse a los gritos—. Hazme un hijo, Petyr —Aulló—Hazme un bebé, un bebé. Oh, Petyr, mi amor, mi amor, ¡PEEETYYYR!
Se obligó a comer, aunque no tenía hambre. Ya era bastante con no poder dormir; no podía seguir adelante sin comida. «Además, esta podría ser mi última comida. Podría ser la última comida para todos nosotros.» Cuando Jon ya tenía el estómago lleno de pan, panceta, cebollas y queso, oyó un grito.—¡AHÍ VIENE! —exclamó Caballo.
Hasta la Víbora Roja reía a carcajadas, y Mace Tyrell parecía al borde de un ataque, pero lord Tywin Lannister, sentado entre ellos, parecía una estatua de piedra con los dedos entrecruzados bajo la barbilla. —¡MIS SEÑORES! —Rugió Tyrion dando un paso adelante.
Ser Gregor dio dos zancadas y dejó caer la espada sobre la cabeza de Oberyn, pero el dorniense retrocedió una vez más. —La asesinaste —dijo. —¡CÁLLATE!
Tyrion rezaba una oración propia. «Cae y muere —decía—. ¡Maldita sea, cae y muere!» La sangre que manaba del brazo de la Montaña era suya, y todavía debía de caerle más por dentro de la armadura. Cuando ser Gregor intentó dar un paso, se le dobló una rodilla. Tyrionpensó que iba a caer. El príncipe Oberyn estaba a sus espaldas. —¡ELIA DE DORNE! —gritó.
… El dorniense tiró a un lado su escudo destrozado, agarró la lanza con las dos manos y se apartó lentamente. Detrás de él, la Montaña soltó un gemido e intentó incorporarse, apoyándose en el codo. Oberyn giró con la rapidez de un gato y corrió hacia su enemigo caído. ¡EEEEELLLLLLIIIIIAAAAA! grito feroz al bajar la lanza con todo el peso de su cuerpo detrás. El crujido del asta de fresno al partirse fue un sonido casi tan dulce como el gemido furioso de Cersei, y durante unos instantes, al príncipe Oberyn le salieron alas.
Sobre los jinetes ondeaban las enseñas mayores, estandartes reales grandes como sábanas, una de ellas amarilla con largas lenguas puntiagudas que señalaban un corazón ardiente, y otra como una lámina de oro batido con un venado negro que tremolaba con el viento.«Robert», pensó Jon en un momento de locura, acordándose del pobre Owen. Pero cuando las trompetas volvieron a sonar y los caballerosse lanzaron a la carga, el nombre que gritaban era otro.—¡Stannis! ¡Stannis! ¡STANNIS!
Lord Janos tenía el rostro congestionado y le temblaban las manos. —¡Es la fiera! —jadeó—. ¡Mirad! ¡Es la fiera que mató a Mediamano! Hay un cambiapieles entre nosotros, hermanos. ¡Es un CAMBIAPIELES! Este… este monstruo no puede ser nuestro comandante. ¡Este monstruo no puede vivir!
Se sentó. Jon vio que el rostro de Janos Slynt había pasado del rojo al púrpura; en cambio, Alliser Thorne se había puesto pálido. El hombre de Guardiaoriente volvía a dar puñetazos en la mesa, pero esta vez lo que pedía a gritos era la olla. Algunos de sus amigos se unieron a la petición. —¡La olla! —rugieron como un solo hombre—. ¡La olla, la olla, LA OLLA!
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