Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater.
Envejecer es fácil, de hecho basta con dejar pasar el tiempo. Sin embargo, crecer es a veces doloroso. Nos sitúa frente a situaciones que jamás habíamos imaginado y ante las que debemos responder. Unos lo harán mejor y otros, peor. Sin embargo, el simple paso del tiempo y cada vela soplada en una tarta de cumpleaños no nos confieren mayor sabiduría de manera automática.
Nos encantaría que la mente humana fuera igual que nuestro ordenador o teléfono móvil. Es decir, cada pocas semana, surge una actualización nueva y el dispositivo funciona, en apariencia, mucho mejor. Sin embargo, la madurez de las personas no es lineal y el hecho de cumplir más años no otorga estrategias más sofisticadas para resolver problemas o decidir mejor.
Madurar es una tarea complicada, tanto es así que muchos jamás logran este privilegio. El de desarrollar un buen crecimiento personal, ese con el que dejar a un lado la impulsividad o la frustración, para actuar de manera serena ante cada circunstancia de la vida. Porque, al contrario de lo que pensaba Peter Pan, crecer no es el final, crecer es el principio de todas las cosas.
Crecer significa reformular muchas de lo que solíamos dar por sentado.
Si hay algo con lo que soñamos cuando somos niños es con crecer para poder hacer todo aquello que la edad nos impide. Queremos quedarnos despiertos toda la noche y que la madrugada nos encuentre haciendo travesuras. Soñamos con conducir un coche, viajar muy lejos con amigos, comprar lo que nos apetezca… Anhelamos, por encima de todo, “hacer lo que queramos”.
Sin embargo, a medida que cumplimos años tomamos conciencia de una triste realidad: no siempre se puede hacer lo que se desea. Es más, ser adulto es complicado y hasta aburrido. De hecho, a veces hasta anhelamos volver a ser niños. Así de contradictorios somos. Y mientras nos quejamos, envejecemos cada día un poco más, olvidándonos de lo más importante: crecer.
Ahora bien, pero ¿qué significa realmente esto último? Crecer, a diferencia de envejecer, implica dejar de reaccionar ante lo que nos ocurre, para actuar ante lo que nos pasa. Implica aprender de cada vivencia, grande o pequeña, maravillosa o trágica. Significa también desarrollar un enfoque mental más sereno para entender que no tenemos control sobre muchas cosas, pero sí sobre nosotros mismos…
Envejecer es algo inevitable, es un proceso natural por el que todos pasaremos. Sin embargo, crecer, requiere de una firme voluntad para desarrollar un enfoque mental más flexible, abierto a lo que nos rodea, listo para adquirir una adecuada sabiduría.
La sociedad está llena de personas adultas que actúan como niños. Son hombres y mujeres que, a pesar de haber madurado físicamente, no han crecido, no han madurado emocionalmente. Son figuras que navegan dándose trompicones ante cada adversidad, ya sea grande o insignificante. Sus miradas atienden al mundo esperando que este responda a sus necesidades y que todo sea como ellos quieren.
Se frustran con rapidez, van de enfado en enfado anhelando que sean los demás quienes se ajusten a sus expectativas y anhelos. No importa que vistan trajes de adulto. Por dentro siguen siendo criaturas perdidas que no aprenden de las experiencias porque no toleran que la vida no sea como ellos desean.
Crecer lo define la experiencia atesorada, no los años cumplidos.
La arruga no gusta y el paso del tiempo aterra. Envejecer es fácil, pero muchos se niegan a ese proceso natural inherente a todas las cosas de este mundo, incluidas las personas. Lo llamativo es que el simple hecho de resistirnos a esa realidad frena también la oportunidad de crecer, de adquirir el aprendizaje vital que nos otorga dicha etapa.
Una investigación de la Universidad de Lleida, en España, nos recuerda la necesidad de adaptarnos al proceso de envejecimiento para poder disfrutar de un adecuado bienestar físico y psicosocial. La aceptación es parte esencial del crecimiento personal, tengámoslo en cuenta.
¿Qué podemos hacer para favorecer un adecuado crecimiento personal, emocional y hasta existencial? El pilar que sustenta este privilegio al que todos tenemos derecho es la madurez. La madurez se define por la manera en que percibimos las experiencias para aprender de ellas.
En lugar de reaccionar ante cada cosa que nos sucede, debemos integrar en cada circunstancia la autorreflexión. Mirar cada evento desde la serenidad para aceptar lo que sucede, comprender lo que nos pasa y aplicar adecuadas estrategias para resolver problemas es esencial. Crecer es también adquirir un enfoque más humilde y curioso, a la vez que más sabio y esperanzado.
Todos, sin excepción, tenemos facultades para desarrollar esta valía, este regalo que nos permitirá vivir con más felicidad y bienestar. Pongámoslo en práctica.
Las personas que envejecen mal tienen tras de sí realidades muy diversas: soledad, malas relaciones sociales, exclusión social, etc.
Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater.
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