Fuga de Ceuta en día de cumpleaños

2022-06-19 01:22:37 By : Mr. Zhicheng Tao

Diario digital de Cienfuegos, Cuba

El 28 de abril de 1852 el patriota cienfueguero Juan O’Bourke y Palacios cumplió 25 años de edad, y para celebrarlos, se regaló su propia libertad.

Su fuga de la prisión de Ceuta, en la costa noroccidental africana la narraría, casi al final de sus días, al historiador Vidal Morales y Morales, quien incluyó en Iniciadores y primeros mártires de la Revolución Cubana, aquel episodio digno de ser novelado.

Participante en la sublevación encabezada por Isidoro Armenteros en Trinidad y fracasada el 29 de julio de 1851, O’Bourke fue condenado a diez años de cárcel por un consejo de guerra reunido en la propia Tercera Villa.

El 2 de septiembre del mismo año, partió de La Habana rumbo a Vigo, Galicia, primera etapa del vía crucis que cumpliría a principios de noviembre en el castillo de Ceuta, quizá el más duro y cruel de los presidios españoles.

Juan recordaría la fecha en que salió por la boca del Morro habanero, porque el día anterior muy cerca de allí (en la explanada de La Punta) el gobierno del capitán general José Gutiérrez de la Concha había agarrotado al general Narciso López, recién capturado en Vueltabajo tras el fracaso de la expedición del “Creole”.

Acompañaban a Juanito O’Bourke a su entrada al castillo del Monte Hacho, sus compatriotas Ignacio de Belén Pérez, Alejo Iznaga Miranda, Néstor Cadalso y José María Rodríguez.

El coronel Carnicero, alcaide de la prisión ceutí, era de esos tipos empeñados en hacerle honor a su apellido. Primero, les aherrojó los tobillos con grilletes, e inconforme con la magnitud de la saña, terminó por acollararlos como a un quinteto de criminales comunes.

Transcurrieron más de cinco meses durante los cuales O’Bourke y su compañero Alejo Iznaga tramaron el plan de fuga, que incluiría además, entre otros, al revolucionario húngaro Louis Schlesinger, quien lució grados de mayor en el malogrado ejército expedicionario de Narciso López.

Los más variopintos personajes fueron entrando en la madeja del plan de evasión. Cuando el protagonista de esta historia se acercaba a Ceuta, ya llevaba en mente el nombre de José Machado, al cual suponía prisionero en aquel emplazamiento hispano.

De niño, alrededor de 1841 o 42, lo había conocido en Cienfuegos y quedó impresionado por aquel venezolano bravucón que terminaría condenado a diez años en Ceuta por un crimen relacionado con faldas, ocurrido en Santa Clara.

A partir de José y su hermano Domingo, con quien compartía cautiverio, se fue tejiendo la que condujo a un grupo de ocho hombres a bordo de bote de velas la tarde del vigesimoquinto cumpleaños de Juanito O’Bourke.

El destino de la travesía de la barcaza con rumbo a la libertad era el Peñón de Gibraltar, territorio español ocupado por Inglaterra desde 1704.

Tras varias peripecias, incluida la persecución de un guardacostas español que por suerte los había confundido con contrabandistas, los evadidos lograron llegar a las puertas de la gran roca mediterránea a las nueve de la noche, pero a esa hora ya estaba cerrado el acceso a la plaza.

Los prófugos abordaron un barco de bandera estadounidense, cuyo capitán estaba solo en cubierta y luego del susto inicial, terminó matándoles el hambre con pasta de carne salada y pan.

Al día siguiente, el cónsul del gobierno de Washington se apareció con la mala nueva de un tratado de extradición de presos fugados, firmado con Madrid. Pero su compatriota Mr. Gowen, dueño del barco donde habían recalado, alegó que aquella cubierta era territorio estadounidense y se comprometió a sufragar el viaje de los fugados a tierra más segura.

Así fue como logró embarcarlos en el vapor inglés Genoa, que tras ocho días de navegación los puso a buen recaudo en Liverpool.

Juan O’Bourke había nacido en Trinidad en 1827, pero tres años más tarde, su padre, un médico inglés de igual nombre, vino a residir en la villa que acababa de ser rebautizada como Cienfuegos.

Aquí recibió una esmerada educación y ya de adulto accedió al cargo de administrador del ingenio Carolina.

Durante largos años se desempeñó como contador del Ayuntamiento, cargo que ostentaba al morir el primer día de 1902.

El órgano legislativo local acordó entonces ponerle su nombre a la calle de San Fernando. Aunque el rebautizo, como muchos otros, no prendería en el hábito popular.

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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