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Los flagelantes de Santo Tomás, Atlántico.
En algunos pueblos, la gente busca tesoros a la medianoche y en otros se arrastran por kilómetros.
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La Semana Santa llegó a Colombia a través de los conquistadores españoles y desde hace siglos su tradición está muy arraigada en todo el país. Muchas de las tradiciones de la semana Mayor son heredadas de Sevilla, España, desde donde llegaron muchos de los colonizadores, pero con el tiempo estas costumbres evolucionaron y otras nuevas nacieron. Desde los flagelantes de Santo Tomás (Atlántico) que se golpean y acuchillan la espalda hasta acabar empapados de sangre, hasta algunas personas en Titiribí (Antioquia) que salen durante la medianoche del Jueves Santo a cazar tesoros, los colombianos han desarrollado sus tradiciones y actos de fe propios para llevar a cabo durante los días santos, con el objetivo de pagar favores recibidos por Jesús o solo para conmemorar su vida y obra.
(Lea también: Las alternativas turísticas para vivir la Semana Santa en el Atlántico). El municipio de Santo Tomás, Atlántico, es muy popular a nivel mundial por su procesión de los flagelantes durante la Semana Santa, el cual está en esta lista, pero no es la única costumbre peculiar que existe en este pueblo de la costa Caribe. En Santo Tomás la Semana Santa se vive diferente a otras zonas de Colombia debido a la alta religiosidad de su gente y el valor que le dan a su tradición.
Este es el Tenebrario. En él se colocan 15 velas (12 blancas y 3 amarillas) que se van apagando a medida que avanza el Oficio de Tinieblas.
Una de esas peculiares tradiciones, que aún se hacen, aunque no al mismo nivel que en décadas pasadas, es la Noche de las Tinieblas. (Además: Semana Santa 2022: ¿qué tan bueno es comer atún enlatado en estas fechas?). Esta tradición sí tiene su origen en la Iglesia Católica y se celebraba comúnmente hasta mediados del siglo veinte en Sevilla, España. El Oficio de Tinieblas, llamado así por celebrarse al anochecer y con la iglesia casi a oscuras, es el rito que la Iglesia Católica solía llevar a cabo de Miércoles a Viernes santos, y consistente en el rezo de la Liturgia de las Horas -maitines, laudes y vísperas- de forma conjunta, para así dejar libre el templo para las celebraciones religiosas propias de esos días. El rito quedó en el olvido tras la aprobación del nuevo Breviario Romano de 1962 por el papa Juan XXIII. Sin embargo, desde el 2007, Benedicto XVI alivió los requisitos para realizar la liturgia más tradicional, que incluía la misa gregoriana, en latín y de espaldas a la feligresía. Con esto, el Oficio de Tinieblas se recuperó a nivel mundial, y en Santo Tomas también. En Santo Tomás apagan todas las luces del recinto y realizan la oración, al tiempo que -tradicionalmente- algunos feligreses se encargan de hacer ruidos simulando los sonidos propios de las tinieblas. A medida que avanza la ceremonia se van apagando las velas en representación de cómo los apóstoles se fueron alejando de Jesús cuando lo vieron en poder de los Judíos. Solo queda encendida la vela más alta, que representa a María, madre de Jesús, que nunca perdió la fe sobre la resurrección de su hijo. (Le puede interesar: Qué tener en cuenta a la hora de comprar pescado en Semana Santa).
En Titiribí, Antioquia, se dedican a buscar guacas los Jueves y Viernes Santo utilizando unas varitas mágicas que se cortan de una especie de helecho.
He encontrado entierros comunes y, lo más valioso, ha sido el hallazgo de unas monedas que los titiribiseños llamamos esterlinas. Estas monedas existían en la época pasada y eran de oro
La creencia se fundamenta en la riqueza que tuvo el pueblo por el descubrimiento de las minas de El Zancudo, al finalizar las última década del siglo XVIII, que atrajo a miles de personas de Antioquia y Europa. Con la explotación minera se dio la fundación de Sitio Viejo, lugar donde se originó el municipio. Según los pobladores, las minas de El Zancudo tenían 4.000 trabajadores y producía oro por cantidades. Tuvieron 145 años de actividad productiva. Incluso, esas minas tenían banco propio y billete. El 17 de abril de 1825 se trasladó el caserío de los mineros hacia donde está el pueblo en la actualidad. Meses más adelante se construyó la iglesia, de la que se cree que está cimentada sobre oro. Como allí no había banco, la gente acostumbraba a enterrar sus partencias más valiosas en las paredes de sus casas, solares o riberas de quebradas.
Tomada de Google Street View
Al terminar las explotaciones de El Zancudo, el caserío fue decayendo y las actividades agrícolas vinieron a reemplazar con el tiempo las remesas portentosas de los metales preciosos. La comunidad consigue sus varitas mágicas y sale a la medianoche del Jueves y Viernes Santo a buscar tesoros. Según reposa en el archivo de EL TIEMPO, Sergio Ignacio Montoya le narró al periodista David Calle, en 2007, que en sus búsquedas se han encontrado varias cosas."He encontrado entierros comunes y, lo más valioso, ha sido el hallazgo de unas monedas que los titiribiseños llamamos esterlinas. Estas monedas existían en la época pasada y eran de oro", recuerda. Pero este hallazgo resultó un fiasco, porque después de dedicarle mucho tiempo, otra persona se aprovechó de un viaje suyo a Medellín y se llevó las monedas.
En Ciénaga de Oro, Córdoba, la tradición religiosa de Semana Santa ronda los 170 años de antigüedad y una de sus costumbres arraigadas es la de los penitentes, personas que "pagan" los milagros y favores recibidos por Cristo arrastrándose por las calles del pueblo durante las procesiones. Aunque la Iglesia Católica se opone firmemente a la realización de estos supuestos actos de fe que representan daño físico, la tradición oral está más arraigada.
Penitentes de Ciénaga de Oro arrastrándose en el cola de la procesión un Jueves Santo.
Los penitentes de Ciénaga de Oro en sus inicios adoptaron una posición similar a la de los controvertidos creyentes de Santo Tomás (Atlántico), que se flagelan durante el recorrido; sin embargo, con el avance del tiempo y después de las criticas de la Iglesia, las cosas cambiaron: hoy participan sin azotarse, pero con un avance singular, pues no lo hacen caminando sino arrastrando sus cuerpos por el suelo. La procesión, que se inicia a las 8:00 de la noche, termina entrada la madrugada del viernes. En "agradecimiento" a los favores recibidos durante el año, incluso en años anteriores, los penitentes se tapan la cabeza con una capucha negra, se amarran las piernas con cadenas y van con el torso desnudo arrastrándose en la retaguardia de la procesión. Mientras se arrastran, por horas, sus cadenas son llevadas por niños, por lo general familiares de ellos. Los penitentes vuelven a salir a "pagar sus favores" el Viernes Santo.
Los penitentes de Santo Tomás, Atlántico, representan una de las costumbres más populares de Semana Santa, por su carácter sangriento, de Colombia.
Estas personas se flagelan por la espalda con un látigo mientras caminan tres pasos adelante y uno atrás. Cuando las heridas se hinchan, las cortan con una cuchilla para que la sangre brote.
Esta costumbre, cuyos comienzos se pierden en la historia y que siempre ha contado con el rechazo de la Iglesia, se ha convertido en un espectáculo que atrae turistas de todas partes del país, y que a falta de grandes hoteles locales, se hospedan en los más importantes de Barranquilla. La calle de la Ciénaga, polvorienta y calurosa, se vuelve un escenario de carpas y casetas donde los observadores toman cerveza o refrescos. Los penitentes comienzan su sangrienta procesión en el caño Las Palomas, una trocha donde la temperatura no baja de 32 grados. Desde allí parten descalzos bajo el inclemente sol y pisando las arenas ardientes, tras haber realizado un ayuno durante los siete viernes previos al Viernes Santo. Con el torso desnudo y una falda blanca larga decorada con cruces negras, arrancan su calvario con la 'disciplina' en mano, un látigo improvisado con cabuyas que terminan en siete bolas de parafina. Estas personas se flagelan por la espalda con un pequeño látigo mientras caminan tres pasos adelante y uno atrás, lo hacen con la cabeza cubierta. Cuando las heridas se hinchan el acompañante las corta con una cuchilla para que la sangre brote. De vez en cuando, las heridas son bañadas en ron para aumentar el dolor. El desfile de penitentes cubre dos kilómetros por la Calle de la Ciénaga, desde el caño Las Palomas, en límites entre Sabanagrande y Santo Tomás, hasta la Cruz, gruta donde oran para darse los últimos azotes.
Se trata de una "prueba de fe" y resistencia física que cada año miles de caminantes hacen entre Pasto, capital de Nariño, y el templo de la Virgen de Las Lajas, en Ipiales. La distancia que recorre esa procesión es de unos 90 kilómetros.
Santuario de Las Lajas (Nariño).
Andrés Hurtado García
Es un trayecto entre zonas empinadas y planas y por vía pavimentada, con clima templado y frío, que pasa por los municipios de Tangua, Yacuanquer e Iles, hasta llegar a Ipiales. Hasta ahí son 83 kilómetros y luego otros siete hasta el templo en el que Nuestra Señora de Las Lajas, dicen, se les apareció a la indígena María Mueses y su hija Rosa, a las que protegió de una tormenta. Los peregrinos acostumbran llegar a agradecer favores o con súplicas de ayuda.
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